Observaba su foto mientras una lágrima
recorría mi rostro marchito por la soledad. Mis ojos seguían su hermoso
semblante, dibujando cada contorno con una fina caricia visual hasta llegar a
su torso, ese templo de hombría y madurez que no hace más que incitar mis
deseos más ocultos.
No sé si fue la noche, o el placer nacido
de aquella fotografía lo que me fue guiando hacia mi sexo, revolviendo en él
las ganas reprimidas de sentirme suya. Sentir, gemir, disfrutar. Empapada en el
fruto de mi éxtasis, repetí su nombre hasta apagar el fuego en el que arde mi alma
cuando siento su ausencia.
Aquella noche dormí tranquila, abrazando mi
almohada como si fuese él quien hubiese venido a mi encuentro para robar todo
sufrimiento clavado en mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario