Se acaba la noche, él se marcha y comienza
mi infierno. ¡No entiendo como pude envolverme en este utópico sueño! Soy tan presa
de sus promesas como él lo es de mi cuerpo,
voy ahogándome lentamente en esta dulce ironía.
Me niego a abandonar la sensación de recorrer
sus labios al calor de la noche, sintiendo su pecho sobre el mío, mientras se entrega
dulcemente a mis deseos. Me niego a abandonar el placer de disfrutar el frenesí
de su pasión ahogada en suspiros y sentir que cada uno de ellos nace por mí. ¡Me
niego! Estar con él es el alimento perfecto para mis sentimientos. Le amo en silencio, no me importa ocupar un segundo puesto.
Sé perfectamente que para él solo soy una
aventura más, un llano placer sin ningún motivo más que saciar la soledad que
ella le provoca con sus múltiples ocupaciones. No guardo esperanzas, puedo
sentir cuanto la ama, aun estando conmigo. A pesar de ser yo quien lo tiene en
su cama, siempre será para mí un hombre prohibido.