El sonido de tus pasos vacilantes detrás de la puerta, sugiere que te debates entre la
moral y el deseo. Permanezco en silencio bajo las sabanas, expectante e
impaciente, buscando en mi cabeza la razón que nos trajo ante esta situación.
No sé si esto es amor, pero sé que te
deseo tanto como tú a mí. Jamás me
perdonaría ser el motivo de tu infidelidad, sin embargo no creo poder resistir
el placer de probarte, beberte, tomarte y hacerte parte de mí.
No puedo evitarlo, el roce de las sabanas
se transforma en una caricia de tus manos. Mis ansias, que transpiran por la
piel, intentan apagar el fuego en mi interior. Mis piernas entrecruzadas buscan
resistir las ganas de abandonar mi cama para llegar a ti, fundirme en tu
cuerpo. La debilidad instintiva me invade, me consume en la ensoñación
provocada por el placer de imaginarte desprovisto de ropa frente a mí,
dispuesto a satisfacer hasta mi último deseo sexual.
Siento arder en mi interior el peso de tu
indecisión, que aumenta con los pasos del tiempo. Un espíritu animal se apodera
de mi cuerpo, buscando como fiera en celo saciar placeres incontenibles. Se
desliza mi tacto lentamente por debajo de mi ropa interior, hasta llegar al
sitio donde nace mi placer. Me estimulo, me entrego al pecado de mancillar mi propio
cuerpo con caricias prohibidas. Ahogo cada suspiro que hace exhalar el vaivén
de mis dedos, moderando la intensidad dominada por el instinto carnal. Mis caderas danzan bajo las sabanas, buscando
en mi tacto el goce negado, el placer reprimido.
Ya no avanza el tiempo ni se escuchan tus
pasos, solo prevalece el galope salvaje de mis latidos recorriéndome de
principio a fin. El silencio se vuelve testigo de la escena que acontece bajo
las sabanas, subiendo y bajando al compás de un ritmo salvaje. Sudores
nocturnos se desvanecen entre mis celsitudes, ardiendo de impaciencia por
encontrar en el orgasmo, la sumisión del deseo que clama por ti.
El movimiento galopante que me invade se
vuelve tan agresivo, que un frenesí de
sensaciones imparables me obliga a intentar apagar el fruto verbal de mi
orgasmo sobre la almohada, conteniendo en mi interior los gritos de placer que
mi propio tacto penetrante me provoca. Mis ojos antes cerrados se abren de
golpe. Inesperadamente te observo de pie, recargado sobre el umbral de la
puerta. Suspiros entrecortados fluyen de tu interior, mientras se abultan tus
ganas bajo la ropa. Tu mirada determinante busca mis ojos para proponerme
correr el riesgo, pero ya es demasiado tarde...Pediré que te marches y después,
entraré a la ducha.