Un verso renace al sentir el
roce del tacto construyendo veredas sobre la piel,
mientras el silencio invade el espacio
que resguarda del exterior.
Cada instante se transforma en destellos,
que van describiendo
la poesía más sublime de la propia existencia.
La profundidad de los ojos embriaga, con el
elixir de su misterio,
mientras una palabra se desvanece en los labios.
El beso, un placer efímero que marca
el comienzo del encuentro furtivo.
Un momento en el
infinito de esos anhelos otorga la magia
de convertir un instante en un sueño eterno,
de convertir un instante en un sueño eterno,
mediante la fusión de los cuerpos, de
las almas.
Y arde entre las sabanas el infierno de añoranzas reprimidas
por
tantos ayeres de ausencias.
Dos pieles se unen en medio de un océano de oleaje desenfrenado,
retando al placer para llegar al clímax.
El naufragio evidente de cada suspiro,
se traduce en la intensidad desmesurada de un grito.
Es entonces cuando aquel
infierno,
que encendía aquellos instintos, se extingue.
La luz aparece y con
ella, la puerta de entrada al paraíso,
que recibe a los amantes con un hermoso
amanecer de brazos entrelazados.