En
mis ojos prevalece la silueta de aquella
mujer desnuda. Mis pupilas se dilatan, desvaneciendo la oscuridad con el brillo
sensual de su piel. La deseo con tanto ahínco, que mis pasos delirantes se van aproximando
lentamente a ella. Inicio una dulce caricia que recorre su rostro, para
después, continuar hacia su cuello. Intento
dominar mis impulsos mientras mis manos descienden hacia sus senos turgentes,
exhalando el placer contenido en mi interior. Aproximo mis dedos temerosos a sus
rosadas terminaciones, pero me detengo para centrarme por un instante en sus
ojos. La diosa de mis anhelos me devuelve una mirada lasciva, cediendo al
juego. Continúo explorándola con total fascinación. Siento el calor de su éxtasis.
La rigidez de sus deliciosas terminaciones arde entre mis dedos mientras deja
escapar un gemido de placer. Comienzo a sentir cómo aquel corto trayecto abulta
las ganas contenidas en mi interior.
Continúan
mis manos hacia su abdomen. El roce sobre la silueta de su cintura finaliza en
sus caderas. Siento una lujuria incontenible, pero continúo con moderada
tranquilidad el descenso. Las curvas dispuestas sobre su cuerpo me invitan a
seguir sobre su piel, una línea que finaliza entre sus piernas. Llego al sitio más
cálido de su cuerpo y percibo su humedad. Algo me contrae de placer. El roce de
mi sexo con la tela anuncia mi creciente deseo.
Introduzco
mis dedos suavemente en su interior, buscando extraer el fruto de su excitación.
Ella corresponde mis movimientos con la danza tempestuosa de sus caderas. Percibo
una lujuria descontrolada que arquea su cuerpo de pies a cabeza. Incremento el
ritmo que la invade, prisionero del placer que me provoca su estado. Intento
contenerme pero mis manos toman el control, abandonando su cuerpo para pasar al
mío, bajar el cierre de mi pantalón y
retomar su cintura. Una inminente erección posa frente a las puertas de su
cielo, me traiciona y se introduce en ella,
provocándome un frenesí de sensaciones fulminantes. Imparable, me
balanceo tempestuoso contra su cuerpo arrebatando ahogados gritos de placer. Intento
moderarme, pero su cuerpo me pide más. Aumento el ritmo de mis impulsos
mientras exhalo agresivos gemidos entrecortados. Comienzo a sentir como brota
de su cuerpo, un mar ardiente de placeres incitantes. El roce de su piel me
invita a continuar el movimiento de sus caderas,
buscando la total sincronía de nuestra unión sexual. Mientras observo cómo se
revuelca de placer, mi piel se eriza y mis poros se abren, sintiendo como cada
fibra nerviosa de mi cuerpo responde, haciéndome correr en medio de un torrente
de sensaciones imparables.
Caemos
rendidos sobre la alfombra, agitados. La tomo entre mis brazos y la aproximo
dulcemente a mi pecho. Su dócil cuerpo
cede entre suspiros de cansancio, esperando que aquel momento se vuelva eterno.
De sus labios se desprende un tierno beso que llega a los míos, agradeciendo amanecer
conmigo un día más...