sábado, 6 de julio de 2013

Layla y Arim

Recargado sobre el umbral de la puerta, Arim observó minuciosamente a su esposa. Se hallaba tendida sobre la cama,  con el cuerpo cubierto bajo las sedas rojas que había ordenado colocar dos noches antes de la boda. Aquella mujer, que había sido la protagonista de tantos sueños ardientes,  ahora yacía en sus aposentos. Su negativa a pertenecerle había durado el tiempo justo para despertar una lujuria que no conocía límites.
Layla por su parte,  se debatía frente al dilema más grande de su vida; Arim representaba la sumisión, someterse a las estrictas reglas de una cultura que la privaría de su amada libertad; y por otra parte, representaba  la conquista del deseo contenido en su interior, el manantial dispuesto a apagar el fuego que la consumía por dentro. Mientras tanto, el miedo y la indecisión que reflejaban sus ojos lo mantenían distante, deseándola.
 Pero Arim era un hombre impaciente, la lujuria contenida en él se dispuso a romper la espera a la que era sometido. Cada centímetro de su  ardiente deseo comenzaba a manifestarse bajo la tela,   abultando sus ganas. En un intento por contenerse, llevo sus manos al interior de su atuendo y comenzó a acariciarse.  Al otro lado de la habitación, Layla lo observaba detenidamente. Su cuerpo respondía deseando ser el mar de caricias que poseía con ímpetu al objeto de su deseo. Comenzó a sentir como la rigidez de su cuerpo buscaba sentir aquel ritmo que sus ojos presenciaban. Inconscientemente las caricias de sus manos descendieron hasta su sexo, tratando de satisfacer sus instintos.
Las sensaciones de Layla aumentaban con la intensidad de sus manos, dirigidas por los desenfrenos de aquel hombre cautivo entre gemidos ardientes. Poco a poco las sedas que cubrían su cuerpo fueron deslizándose, dejando al descubierto su hermosa piel blanca de la cual sobresalían dos deliciosas celsitudes. Arim enloqueció con aquel panorama que su mujer le ofrecía sobre la cama, totalmente expuesta, jugando a darse placer ante sus ojos.
En un arranque precedido por el fuego que encendía sus instintos carnales, se acercó a su mujer y con la destreza de sus  manos le separó las piernas, buscando con ansia probar el sabor de su sexo. Layla intentó negarse,  pero Arim se aferró a ella con fuerza, intensificando el vaivén de su lengua hasta que los suspiros se convirtieron en gemidos de placer.  Layla comenzó a sentir como su cuerpo se sumía  en un frenesí interminable de sensaciones, que la conducían a un placer infinito. Por primera vez conocía el sabor del orgasmo. En medio de aquel placer, alcanzó a percibir que Arim se incorporaba y se colocaba entre sus piernas mientras acariciaba sus muslos. 
Layla era consciente de que su cuerpo le pedía algo distinto, algo que Arim estaba dispuesto a ofrecerle esa noche. En ese momento sintió como el miembro completamente erecto de su esposo se introducía en ella. Ahogó un grito de dolor, consumido por el placer de aquella nueva sensación.  Lo que Arim le proporcionaba parecía saciar el apetito sexual que comenzaba a despertar en ella. El dolor fue disminuyendo a medida que aumentaba el ritmo de las penetraciones que poco a poco, se convertían en intensas embestidas. Su cuerpo comenzó a buscar sincronía, dirigida por el centro de placer contenido en el miembro de su esposo. La danza sexual terminó por magnificarse. Arim abandonó la sincronía de la primer postura para deleitarse con el paisaje misterioso y suave de la espalda de su esposa, comenzando a poseer ese lugar ofrecido exclusivamente para todos sus sentidos. Los cuerpos se mecían sobre las sabanas imitando el vaivén de las olas, ardiendo de pasión. Los brazos de Layla cayeron sobre las sabanas, mientras Arim permaneció  de rodillas embistiéndola con fuerza,  hasta perder la cordura y  entregarse a un ritmo frenético que su cuerpo no pudo resistir más. Salió del cuerpo de su esposa y vertió sobre ella el fruto de su placer.

Su cuerpo rendido se acomodó junto al de su esposa y depositando un tierno beso en sus labios, le prometió que las noches a su lado se encargarían de borrar las dudas del pasado. Layla comprendió entonces que su amor por Arim iba más allá de lo que había imaginado. 

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