Recargado
sobre el umbral de la puerta, Arim observó minuciosamente a su esposa. Se
hallaba tendida sobre la cama, con el
cuerpo cubierto bajo las sedas rojas que había ordenado colocar dos noches
antes de la boda. Aquella mujer, que había sido la protagonista de tantos
sueños ardientes, ahora yacía en sus
aposentos. Su negativa a pertenecerle había durado el tiempo justo para
despertar una lujuria que no conocía límites.
Layla
por su parte, se debatía frente al dilema
más grande de su vida; Arim representaba la sumisión, someterse a las estrictas
reglas de una cultura que la privaría de su amada libertad; y por otra parte,
representaba la conquista del deseo
contenido en su interior, el manantial dispuesto a apagar el fuego que la
consumía por dentro. Mientras tanto, el miedo y la indecisión que reflejaban
sus ojos lo mantenían distante, deseándola.
Pero Arim era un hombre impaciente, la lujuria
contenida en él se dispuso a romper la espera a la que era sometido. Cada
centímetro de su ardiente deseo
comenzaba a manifestarse bajo la tela,
abultando sus ganas. En un intento por contenerse, llevo sus manos al
interior de su atuendo y comenzó a acariciarse.
Al otro lado de la habitación, Layla lo observaba detenidamente. Su
cuerpo respondía deseando ser el mar de caricias que poseía con ímpetu al
objeto de su deseo. Comenzó a sentir como la rigidez de su cuerpo buscaba
sentir aquel ritmo que sus ojos presenciaban. Inconscientemente las caricias de
sus manos descendieron hasta su sexo, tratando de satisfacer sus instintos.
Las
sensaciones de Layla aumentaban con la intensidad de sus manos, dirigidas por
los desenfrenos de aquel hombre cautivo entre gemidos ardientes. Poco a poco
las sedas que cubrían su cuerpo fueron deslizándose, dejando al descubierto su
hermosa piel blanca de la cual sobresalían dos deliciosas celsitudes. Arim
enloqueció con aquel panorama que su mujer le ofrecía sobre la cama, totalmente
expuesta, jugando a darse placer ante sus ojos.
En
un arranque precedido por el fuego que encendía sus instintos carnales, se
acercó a su mujer y con la destreza de sus
manos le separó las piernas, buscando con ansia probar el sabor de su
sexo. Layla intentó negarse, pero Arim
se aferró a ella con fuerza, intensificando el vaivén de su lengua hasta que
los suspiros se convirtieron en gemidos de placer. Layla comenzó a sentir como su cuerpo se
sumía en un frenesí interminable de
sensaciones, que la conducían a un placer infinito. Por primera vez conocía el
sabor del orgasmo. En medio de aquel placer, alcanzó a percibir que Arim se
incorporaba y se colocaba entre sus piernas mientras acariciaba sus
muslos.
Layla
era consciente de que su cuerpo le pedía algo distinto, algo que Arim estaba
dispuesto a ofrecerle esa noche. En ese momento sintió como el miembro
completamente erecto de su esposo se introducía en ella. Ahogó un grito de
dolor, consumido por el placer de aquella nueva sensación. Lo que Arim le proporcionaba parecía saciar
el apetito sexual que comenzaba a despertar en ella. El dolor fue disminuyendo
a medida que aumentaba el ritmo de las penetraciones que poco a poco, se
convertían en intensas embestidas. Su cuerpo comenzó a buscar sincronía,
dirigida por el centro de placer contenido en el miembro de su esposo. La danza
sexual terminó por magnificarse. Arim
abandonó la sincronía de la primer postura para deleitarse con el paisaje
misterioso y suave de la espalda de su esposa, comenzando a poseer ese lugar
ofrecido exclusivamente para todos sus sentidos. Los cuerpos se mecían sobre las
sabanas imitando el vaivén de las olas, ardiendo de pasión. Los brazos de Layla
cayeron sobre las sabanas, mientras Arim permaneció de rodillas embistiéndola con fuerza, hasta perder la cordura y entregarse a un ritmo frenético que su cuerpo
no pudo resistir más. Salió del cuerpo de su esposa y vertió sobre ella el
fruto de su placer.
Su
cuerpo rendido se acomodó junto al de su esposa y depositando un tierno beso en
sus labios, le prometió que las noches a su lado se encargarían de borrar las
dudas del pasado. Layla comprendió entonces que su amor por Arim iba más allá
de lo que había imaginado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario