viernes, 25 de mayo de 2012

Ser Medico...


Mis manos se vuelven tan pequeñas e inútiles, mis labios cavan una tumba de gritos reprimidos, mis pies son cadenas que me atan a un solo sitio desde el cual observo cómo una enfermedad tortura y desgarra un cuerpo desvalido, mi corazón se convierte en refugio de tristeza y desesperanza. Y me pregunto, ¿Cuál es la verdadera labor? ¿Dónde consigo la fuerza para seguir siendo más humano? La muerte, el dolor y la enfermedad se van apoderando poco a poco de lo que resta del espíritu.

Entre el eco dominante de quejas y llantos, observo mi reflejo en los ojos de las almas frías y calculadoras que rondan con sus batas blancas por los pasillos del hospital y solo puedo pensar que algún día seré como ellos, aprenderé a ver la muerte de forma cotidiana, a ignorar el sufrimiento actuando por protocolo con las herramientas de un sistema que se ha quedado estático en cuanto al trato al paciente. ¡No puedo y no lo deseo! Pero aun soy muy joven para comprenderlo sin tener que cuestionarme ¿Donde está el amor que se profesa fuera de estas paredes?

Ser medico es una difícil decisión. Durante estos años me he cuestionado varias veces sobre mi elección de carrera, y cada vez que lo hago, termino concluyendo que lo que me mueve a convertirme en médico es poder lograr la capacidad para ser el instrumento divino encargado de mejorar y preservar la creación más bella de este universo, LA VIDA.

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